29/03/2019

En el bar Antxeta, situado al lado de nuestro nido de Usurbil, son habituales las partidas de mus. Todas las tardes escuchamos las rápidas partidas de quienes se reúnen a jugar.

Para quien no sepa cómo se juega al mus, resumiendo, se necesitan cartas altas si se quieren tener opciones de ganar la partida. Pero si no cuentas con números altos, tienes dos opciones: jugar sinceramente, y como no tienes nada, ir pasando, teniendo la esperanza de que en la siguiente vuelta te toquen mejores cartas; o, por el contrario, jugar como si tuvieras buenas cartas, haciendo creer al resto que realmente las tienes.

Fue mi aitatxi Martin quien me enseñó a jugar al mus siendo aun pequeño. Cuando era novato, incluso dos ases me parecían buenas cartas: tengo pares, y la pequeña es mía seguro. Ahí solía andar:

– Grande, paso.
– Pequeña, ÓRDAGO.

Y recuerdo lo que me decía mi aitatxi: «Chiquita ganar, partida perder«. Ya sabía algo aquél.

Si comparáramos la vida con una partida de mus, y sea la razón que sea, tuviéramos cartas pequeñas, aquí también nos encontraríamos con dos opciones: Jugar sinceramente y obtener lo que podamos con lo que tenemos, haciendo entender la difícil situación a los que nos acompañan. O jugar como si tuviéramos cartas grandes, intentando salvar nuestra posición, e intentando conseguir puntos y ganar la partida de otro modo… teniendo muchas opciones de perder, claro.

– Grande, cuatro.
– Pequeña, envido.
– Pares, sí. ÓRDAGO.

Y la otra persona, quiere el órdago. Chiquita ganar, partida perder.

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